Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto.
Todavía suena extraña esta doctrina: ¡muere a tiempo!
Friedrich Nietzsche
Pese a su etimología latina la palabra suicidio no existe como tal en el latín, habiéndose formulado mucho más tarde, empleándose por primera vez por el francés Gauthier de San Victor en 1177. Lo primero que se debería analizar es lo confuso que es el concepto suicidio por lo mucho que intenta abarcar, son muchas las historias y muy dispares entre sí, que este concepto unifica en una sola palabra. Lo segundo también muy importante es analizar que es un concepto no exento de valores, por ser un sujeto de debate, una lucha de fuerza, entre forenses, psiquiatras y jueces. Por desgracia para este trío de legisladores del ser humano, lo único lleno de valor y real son dos cosas: la literatura suicida; encarnada por esas notas dejadas para la posteridad escritas por el suicida, y los relatos del entorno del mismo, las personas que de una forma u otra han acompañado hasta los últimos momentos al suicida.
Retomando el carácter heterogéneo del concepto suicida, sería justo atender a la motivación que lleva al ser humano a terminar con su existencia; ya que es un concepto que para nada es libre de valores, no siempre el suicidio es un acto de liberación, a veces tiene que ver con el dolor físico y otras con el sufrimiento personal, algo totalmente subjetivo e imposible de medir de forma empírica, el dolor sí tiene relación con el sufrimiento pero éste no siempre va acompañado de la sensación del dolor ¿quién puede medir cuánto sufrimiento es capaz de soportar un individuo, o cuando placer necesita para vivir?¿el suicida siempre está en un estado de depresión cuando decide finiquitar su existencia?
El suicidio más popular ha sido el romántico cuya mejor representación es la obra literaria de Shakespeare, Romeo y Julieta, donde ambos protagonistas se suicidan por un amor imposible determinado por sus respectivas familias. Es un caso de suicidio relacionado con el sufrimiento, donde se pierde el sentido de la vida por no poder ser compartido con una determinada persona, como una soledad rodeada de muchas personas, un vacío existencial que ninguna otra persona puede llenar en comparación con la amada.
Luego se da el caso de la muerte en vida que induce a arremeter contra uno mismo por no poder disfrutar de su esencia y sus virtudes, bien sea por el deseo de no enfrentarse al deterioro de la vejez o por una enfermedad por la que no se quiere pasar, fue el caso del pacto suicida de Paul Lafargue y Laura Marx los cuales decidieron no rebasar la edad de 70 años dejando la siguiente nota:
«Estando sano de cuerpo y espíritu, me quito la vida antes de que la impecable vejez me arrebate uno después de otro los placeres y las alegrías de la existencia, y de que me despoje también de mis fuerzas físicas e intelectuales; antes de que paralice mi energía, de que resquebraje mi voluntad y de que me convierta en una carga para mí y para los demás. Hace ya años que me prometí a mí mismo no rebasar los setenta, siendo por ello por que elijo este momento para despedirme de la vida, preparando para la ejecución de mi resolución una inyección hipodérmica con ácido cianhídrico.»
Años más tarde Lenin criticó la decisión de Lafargue, por considerar que un comunista no tiene derecho a suicidarse si puede servir en algún sentido a la causa, llegando a afirmar: «un socialista no se pertenece a sí mismo sino al partido».
Los suicidios en compañía donde una persona intenta acabar con su existencia en numerosas veces, pero algo se lo impide por lo que sea, pero al conocer a otra persona con su misma necesidad, puede junto a ella llegar al suicidio, no es una cuestión a mi parecer de miedo o cobardía, simplemente hay gente que no quiere acabar sus días en soledad, dando ese pequeño empuje para poder llevar a cabo el acto. O los suicidios grupales como los inducidos por sectas religiosas bajo la enajenación y alienación de las promesas de una vida mejor tras la muerte en la vida actual, son casos a mi parecer de personas insatisfechas con su vida actual, que en su búsqueda de una mejoría inmediata, arremeten contra si bajo promesas ficticias pero que sirven como placebo a un sufrimiento, muy similar aunque de una forma individual al martirio religioso, el cual con el ejemplo de la sangre intenta inculcar valores como fue el famoso caso del budista vietnamita que se quemó hasta morir en la ciudad Ho Chi Minh contra la persecución del budismo por parte del régimen Dinh Diem. O las personas que dan un plus a la grandeza de su imagen acabando con su vida de forma temprana en su vida como tantos artistas y músicos que sin aparentes motivos para darse muerte, la llevan a cabo. El suicidio en épocas de guerra como eran los Kamikazes japoneses, herederos de sus antepasados.
Es por todos estos ejemplos que es una demostración de ejemplo ciego académico, para poder hablar sobre el suicidio se requiere de la pluralidad de sus sentidos en tanto a la pluralidad de sus casos. Cubre muchas historias y tiende a generalizar, sino hacemos el esfuerzos de desvelar qué hay debajo de las palabras, siempre nos quedaremos en el estudio empírico de los hechos, pero no entenderemos cuál es su sentido. «Suicidio» es un nombre necesitado de apellidos.
No creo de obligatorio cumplimiento el acto del suicidio, pero tampoco entiendo que respirar sea sinónimo de vivir. La cuestión está en la libertad de elecciones. Poder disponer absolutamente de uno mismo y rehusarse, como decía Nietzsche «Yo os elogio mi muerte, la muerte libre, que viene a mi porque yo quiero»: ¿hay don más misterioso? La idea de destruirnos, la multiplicidad de medios para conseguirlo, su facilidad y proximidad nos alegra y nos aterra, pues no hay nada mas sencillo y espantoso que el acto por el cual decidimos sobre nosotros mismos. En un solo instante condensamos y acabamos con todos los instantes, pasados, presentes y futuros. La sociedad puede quitarnos todo, puede prohibirnos todo, pero no está en el poder de nadie impedir nuestra autoinmolación. ¿A quien no soporta la vida qué se le dice? Ni la iglesia ni el Estado han esgrimido argumento alguno que valga contra el suicidio. Si la religión nos ha prohibido morir bajo nuestra propia voluntad es porque ello simboliza un acto de rebeldía que humilla a templos y dioses. El suicidio es considerado un pecado mayor que el asesinato, porque el asesino puede en algún momento de su condena arrepentirse de lo que hizo y así salvar su alma o pagar su deuda con la sociedad. ¿Pero el acto de matarse no implica una fórmula elevada de salvación? Y la nada ¿no vale tanto o más que la eternidad? Así el desolado logra zafarse de lo inevitable y deja atrás esa sensación de vacío como un nudo en el estómago, sustrae por propia voluntad a lo incierto y reafirma así el poder de su identidad, arrebatándoselo a lo que le envuelve. Según Heidegger «el hombre es un ser-para-la-muerte», pero los muertos no viven la muerte ya que es nuestra en su antesala y no cuando llega, no puede ser experimentada. ¿es un peligro contra «lo correcto»? ¿Tal vez por lo que está establecido como «sano», aunque también comporte sus desvíos, es lo único que nos protege? La única manera que se nos concede para atestiguar nuestro desdén por la vida es aceptarla, la vida no merece la pena que nos tomemos el trabajo de abandonarla. Morir por la propia mano, pasar al otro barrio sin esperar a los horarios de la naturaleza, es un sentimiento que nos ha pasado o nos pasará alguna vez por la cabeza, ya sea por desesperación o por divertimento de paladear una idea. Todas las censuras sobre el posible carácter egoísta del suicidio se muerden la cola y acaban siendo lo que en un principio fueron; tonterías. Es adentrarse en un silencio que es como un instante sin principio ni fin, una aspiración a la Nada.
Jaime Manso Castaño