Los revolucionarios, como idealistas en parte que somos, hemos cometido el error de tener una fe ciega en la crisis como si de ella surgiese la revolución. Decía Marx; “Una nueva revolución sólo es posible como consecuencia de una nueva crisis. Pero la primera es tan segura como la segunda” (1). Y nos pusimos a la tarea de participar en los movimientos sociales que de la crisis surgieron. Como preparándonos para una especie de Juicio Final económico, que nunca llegó.
Ello se debe a que el capitalismo, lejos de acobardarse ante la crisis, se ensaña ahora en producirlas experimentalmente con un doble objetivo. Por un lado, darle una connotación médica, la crisis es el momento vivificante de la “destrucción creadora” de nuevas oportunidades inversionistas, empresariales o de la innovación tecnológica. Y por otro lado darle una connotación reformadora, la retórica del cambio sirve para desmantelar toda costumbre, vinculo solidario, para crear una situación de crisis permanente, de desquicie social basado en la inseguridad y la culpabilidad. El individuo es a su vez un feroz empresario y un teleadicto de sofá. Dicho de otra forma, evitar con la crisis permanente toda crisis efectiva.
El efecto inmediato de esta política de capitalismo de crisis ha tenido como uno de sus mayores logros la destrucción de la lucha de clases en la que tanto nos hemos basado quienes militamos en las diferentes corrientes del socialismo. Hemos gastado mucho tiempo y esfuerzo en agudizar esa tensión de clase, de participar en sus conflictos y en visibilizar las injusticias generadas por la desigualdad entre clases, pero inmersos en esa rutina no veíamos como nuestro mensaje no calaba en la gente, la clases no estaban en enfrentamiento ni atrincheradas una contra la otra. El capitalismo ha adoptado una forma de participar abierta, con ciertos límites, tanto en el ámbito político como en el social. Ahora un trabajador cualificado puede llegar a reunir una pequeña fortuna con su propio trabajo, al igual que pequeños y medianos burgueses se han arruinado y se han visto obligados a ser asalariados, es decir, las clases sociales fluctúan más que nunca. La masa de “nuevos pobres” ha resucitado el ensueño de las viejas promesas y recuerdos de la opulencia consumista que dicen que una vez hubo. Sin hacer el más mínimo ejercicio de auto-crítica a su anterior estilo de vida, y mucho menos declarar su rechazo en pro de una perspectiva libertaria.
En el caso de Fuenlabrada, nos enfrentamos a una tasa de paro del 16,5% de la población, es decir 18.760 parados en una población de 195.864 en 2015 (2) siendo la cuarta ciudad de la Comunidad de Madrid en tasa de paro. Ante estos datos es imposible no preguntarnos ¿Cómo no ha explotado la situación ya? Lo que pasa actualmente no es que haya un grupo que quiera imponer medidas de austeridad a otros, sino que hay quienes piensan en la austeridad como una virtud y otros que la ven como su propia miseria. Limitarse a luchar contra los planes de austeridad, no sólo aumenta el malentendido entre ambos bandos, sino que garantiza que dichas luchan están perdidas de antemano. Tenemos que asumir que en Europa quieren implantar la idea protestante de la felicidad basada en la austeridad, lo que hay que oponer contra los planes de austeridad es otra forma de vida basada en otros valores morales, es decir luchar antes que sufrir, compartir antes que economizar, etc.
La desigualdad producida por el paro es la victoria del capitalismo, es decir el paro no es una consecuencia de una crisis, sino el medio para reformar la bolsa de empleo y sus reglas. Todo ello reforzado con un fuerte mensaje de culpabilidad por parte de los medios de comunicación cuyo objetivo primordial es consensuar el pensamiento único.
La pobreza crea el escenario perfecto para los demagogos y salvapátrias de turno y para el mensaje del odio y la xenofobia. Como bien sabemos, en Fuenlabrada sufrimos la actividad de pequeños grupos nazis o racistas, a pesar de ser un barrio obrero. La condición social no produce conciencia sino que frecuentemente acaba en “canibalismo”.
Hagamos llegar el proceso anarquista mucho más al fondo que la desigualdad económica y la explotación. Más allá de los términos materialistas sobre la liberación de la vida, que adquiera también los criterios emocionales respecto a la liberación de nuestro ser y nuestra conciencia existencial y no una ecuación política de términos económicos.
FUENTES:
- Marx «La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850»
- Datos Macro http://www.datosmacro.com/paro/espana/municipios/madrid/madrid/fuenlabrada
Jaime.