Historiadoras de género como Sonya O. Rose han incidido en la existencia y repetición a lo largo de la historia de dos esferas separadas que determinarían las relaciones entre los sexos y los roles de género en la sociedad. El caso de la esfera de la intimidad, como la otra cara del trabajo, es declarada como baluarte de la “verdadera vida” por la ideología burguesa de la familia, aunque en realidad la mayoría de las veces no sea más que un infierno íntimo. Esta esfera también es producto del trabajo, aunque separado de éste, pero solo existente en relación a éste. En ese ámbito definido como “femenino” se quedan las múltiples actividades que no se pueden transformar en dinero: desde limpiar y cocinar, pasando por la educación de los hijos hasta el trabajo del amor, del ama de casa ideal, que sirve de “reserva afectiva” a su hombre agotado por el trabajo.
En el s. XX en las democracias fordistas de posguerra, la mujer fue integrada progresivamente en el sistema laboral. Sin embargo, el resultado ha sido una conciencia femenina esquizofrénica; por un lado la entrada de la mujer al mundo laboral no podía suponer una liberación sino la misma disposición a la ideología del trabajo que el hombre, y por otro la estructura de la separación continuó existiendo y, con ella, la también la esfera de las actividades “femeninas” fuera del trabajo oficial. Fueron sometidas a una doble carga y a la vez a imperativos sociales contrapuestos. La mentalidad burguesa de la compatibilidad de profesión y familia deja intacta las estructuras de producción y en consecuencia la estructura del “desdoblamiento”. La mujer socialmente aceptada tiene la obligación se garantizar la próxima generación de mano de obra, educando en los preceptos que dictan los mercados laborales del momento, subordinada a su vez a la dinámica de la producción como un eslabón más de la maquina capitalista y como labor ni remunerada ni reconocida pero si obligada, la de garantizar el bienestar afectivo del hogar. Para ello se elaboran teorías políticas y económicas respaldadas por la ciencia en muchos casos, que introducen los conceptos de producción y reproducción, y los adaptan a la situación de la mujer y las familias trabajadoras justificando así que la mujer es menos productiva que el varón y por ello tiene que percibir un salario menor.
No entraré a debatir el carácter machista del mercado laboral, los datos están a vista de todo el mundo y son objetivos, el mero hecho de ponerlos en duda o debatir sobre ello es posicionarse del lado del opresor. Su naturaleza son prejuicios cognitivos de efecto Halo.
Innumerables ejemplos de la mujer como ente revolucionario, como linterna que debe guiar la emancipación del ser humano, su ejemplo histórico se ve en la “huelga de pan y rosas” de 1912, el 23 de Febrero en Viborg con el inicio de una huelga insurreccional durante la Rusia zarista, la huelga del pan de 1918 en Barcelona donde un diario de la época explicaba así los acontecimientos: “Obligaron a todos los hombres que intentaban sumarse a la manifestación a retirarse. (…) En un mitin de 5.000 mujeres, no se permitió la entrada a ningún hombre“, en 1968 la planta automovilística de Ford de Londres donde el sector femenino de la fábrica durante una huelga se desmarca incluso de las directrices sindicales (compuesto en su mayoría por hombres) para reivindicar igualdad salarial con sus compañeros de trabajo los cuales les retiraron su apoyo, y muchos otros ejemplo a lo largo de la historia.
No es mi intención la de extenderme mucho más en la temática del feminismo, ya que no es labor propia del hombre determinar qué es ni cómo debe ser éste sino que dicha labor solo corresponde a la propia mujer. Tan solo se puede añadir que no es entendible ni aceptable mantener en el ostracismo al feminismo como germen y guía de nuevas ideas, inercias y directrices a seguir para conquistar un futuro basado en la dignidad y la emancipación del individuo. No puede ni deber haber revolución alguna en ausencia de la mujer, siendo ésta a día de hoy un ente social doblemente reprimido y por deber, doblemente revolucionario. Assata Shakur participó del movimiento Panteras Negras, luchando contra el racismo y enfrentándose al machismo de su propio movimiento. Nunca dijo «así no lucho», sino que luchó el doble. Lucía Sánchez Saornil no solo se enfrentó al fascismo, sino al machismo que también seguía existiendo entre los compañeros anarquistas. Y nunca dijo «así no lucho», sino que fundó Mujeres Libres. Todas las mujeres con las que me siento hermanado, se partieron doble o triplemente la cara (que la raza y otras opresiones también cuentan), por un feminismo que se entretejía con la lucha social.